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jueves, 30 de agosto de 2018

FÚTBOL, JUEGO Y JUGADOR.

FÚTBOL, JUEGO Y JUGADOR.

Vivimos tiempos de clichés, slogans, comida rápida y microondas. Digerimos por orden del estómago. Y el fútbol, fiel reflejo siempre de la sociedad que lo juega, se hace y se piensa a su imagen y semejanza. Alguien gana a “patadón y tente tieso” y convertimos en verdad que el fútbol es testicular. Alguien gana
desde la posesión, cuidando la pelota como lo que es, un bien escaso (una para veintidós) y convertimos en moda las chaquetas del entrenador vencedor. Algún
poseedor de éxito grita: “El fútbol es de los futbolistas” y ahogamos su lógica en retweets como posesos de verdad, verdad absoluta, esa que se impone en regímenes, como el que vivimos, de pensamiento único.
Por ser coherente, que no acabo de entender la maldita necesidad que tengo siempre de intentar serlo, empezaré cuestionando el título del artículo solicitado.
No lo hago desde una rebeldía infundada, sino desde el cuestionamiento permanente, tan propio de aquella generación de los sesenta en la que nací, romántica
y ahogada posteriormente en la abundancia del poder. Lo cuestiono como hice con el entrenador que prolongó mi disfrute futbolístico iniciado en Rinnus Michels, Vicente Miera, Arrigo, Valdano, Cruyff, Lillo…, es decir con Don Pep Guardiola, que de la Santidad social, que tanto ahoga, lo quise convertir en hombre.
Y es que no tengo muy claro que el orden sea el del título. Siempre he puesto en el centro y en el comienzo al ser humano. A su necesidad de transgredir la realidad, a imaginar. De ahí su afición de pintar sus cuevas con sus sueños y posteriormente
convertirlos en movimiento detrás de una pelota. Y de la especial relación que surge con ese juguete díscolo, huidizo y su inseparable condición de ser social, necesito compartir su alegría con otros seres y crear el juego. Y como sus juegos son su vida, jugar a vivir o morir, como cuando iban de caza frente a animales más poderosos que ellos, le dio gran valor a la victoria y por no ser un tema superfluo, quiso ser justo y le dio a la derrota otro nada desdeñable.
Me gusta hacerlo así, porque desanudar una cuerda es encontrar su comienzo.
Y el mío, como creo que el de todos fue así. Salir a la calle (desgraciadamente por razones obvias ahora se sale menos), evadirme de mi realidad de responsabilidades de niño y soñar mientras enredaba mi tiempo con una pelota. No recuerdo que le dijese nunca a mi madre; “Voy a jugar al fútbol” siempre era; “Voy a jugar a la pelota”. Después ya vienen los adultos a vestirte con uniformes, a instruirte de forma marcial y a decirte que esto de jugar al fútbol cada fin de semana hay que tomárselo en serio. Como si para los niños el juego fuese ya poca cosa seria. A ver quién en mi calle quería irse para casa con el sucio traje de la derrota y que tenía su máxima expresión cuando alguien gritaba; “quien meta gol gana”.
Supongo que de la decepción del club federado de niños y su alejamiento de las emociones que uno sentía jugando con sus amigos en el escenario inicial, vino la desesperación de seguir en la búsqueda y convertirme en entrenador.
Quizá todo esto dé sentido, por tanto, a que el punto de partida con mis equipos sea transmitirles mi pasión por la pelota. Supongo que dándole el valor que tiene y provocando la alegría que produce le encuentren mayor sentido a luchar por su posesión, al valor que tiene para ella progresar hacia el lugar donde más feliz se encuentra, la red de la meta contraria, y por tanto a estar dispuesto a engañar una y mil veces a los guardianes que la custodian.
Llegado a este punto y para los que ya me ahogan con la rosa en la boca acusándome de lírico, les diré que aun pensando y sintiendo todo lo anterior, soy consciente que me pagan por obtener resultados. Pero también que no hay dos seres humanos iguales. Incluso que el mismo individuo no es igual hoy que mañana.
También manejo alguna que otra certeza que me ha ido dejando mi andadura de ensayo y error por esta profesión. Como aquella de que uno rinde más desde la felicidad. Y por ello de las pocas definiciones de entrenador que me cuadran es la de ser un “facilitador de circunstancias”. Por ello la importancia de crear un buen ambiente laboral cotidiano a mis equipos, a hacerles reencontrarse cada día con las emociones que de niño les produjo una pelota, a plantearles retos de adultos que les ayuden a seguir creciendo, a hacerles apreciar la importancia de los valores que les fortalezca el orgullo de pertenecer a un colectivo y, por supuesto, dotarles de una organización, dentro y fuera del campo que les haga sentirse libres, único clima en el que el ser humano puede llegar a su máxima expresión creativa.
Dicho así no quiero que se me tome como uno más que repite cual cotorra el discurso imperante. Sirva como dato que uno ya juraba por estos principios cuando Iniesta era alevín. Pero además no creo en los entrenadores “alineadores”,que desprecian la semana  porque su misión es ganar el domingo desde el descubrimiento de la formación genial. Creo que el fútbol, como el universo, como el hombre y como los grupos que este forma es un sistema. Y como tal ha de cumplir sus seis leyes fundamentales y una de ellas, que cada pieza tenga su función y otra que cada pieza no existiría sin su interrelación con el resto, nos obliga a los entrenadores a pautar el juego de nuestros equipos. Pero siempre si se parte del ser humano y de la lógica del juego hasta aquí descrita, nuestro orden, el que sea, será más natural, armonioso y en sintonía con ese sentimiento inicial que creó el juego, la diversión.
Invito a los lectores a hacer un viaje en el tiempo, no solo del ser humano, también de vuestra propia historia. Espero que ahí encontraréis las más afiladas
hachas para abriros camino por esta selva de toma de decisiones que es el fútbol.
Las lianas más largas para saltar vuestros miedos a caer. Y deseo que también los paisajes más hermosos en los que poder emborracharos de belleza con vuestros cómplices de viaje, vuestros jugadores.
Al menos esta ha sido mi experiencia. Lo único a lo que puedo comprometerme a compartir. Todo lo demás son teorías que encontraréis en cualquier libro. Espero que este os sea de interés, no de forma masturbadora, por leer lo que deseáis saber, sino cuestionadora, revelando preguntas que no llegasteis aún a formular.


JUGADORES ¿Y? JUEGO

JUGADORES ¿Y? JUEGO

Los denominados grandes estrategas del circo de los banquillos, se engalanan del elogio vertido por los mequetrefes del triunfalismo barato y radical haciendo ver al mundo entero que tal ponderación es merecida por la posesión de una mente brillante, contenedora de poderes dictaminadores, que a la postre, y a través de una transfusión de neuronas, recaen sobre sus deportistas para que estos se encarguen de lograr la victoria.
Hay quienes dicen que sus jugadores no entienden el juego, en un alarde de querer vendernos que el juego es más inteligible desde fuera, sin rozarlo, que desde dentro, jugándolo. Messi no sabrá explicar lo que ejecuta, pero lo hace a la perfección.
Pero el enredo, toda la maquinaria predispuesta a tal ficción, acaba desmoronándose cuando las derrotas aparecen y empiezan sin darte cuenta a hablar de ausencias, de jugadores que mejorarían los registros, de falta de determinados perfiles, en definitiva, de la única verdad.
A nosotros los entrenadores nos interesa vender que hay un juego cuya lógica hay que enseñar a los jugadores. De este modo parecemos imprescindibles. Promulgamos que hay juego y jugadores, y que ambas son cosas bien distintas.
Para mí no hay tal distinción, porque ¿qué es el juego sino los jugadores?
El juego no es un juego sin que lo jueguen los que lo juegan, no es nada en sí si no lo hacen entre sí los que interaccionan.
No tiene principios ni sub-principios sin que estos nazcan de los futbolistas y “sus” principios. No tiene sentido alguno hablar de nada que no sea lo que ocurre en la actividad vinculada y enfrentada a otras vinculaciones de los jugadores.
No hay características universales para ningún puesto específico, ya que los puestos los definen los jugadores que los ocupan y la forma de ordenarse que tenga cada organización. Todo futbolista sólo se puede explicar en base a dónde y con quiénes quedó incardinado.
El único juego que define al jugador es que el construye jugando dicho jugador, en contacto con un contexto lleno de variabilidad y diversidad, de linealidad poco alineada.
Lo que sucede durante el transcurso del juego es lo que sucede entre las inteligencias entrelazadas de quienes conspiran por ganar y evitar ser vencidos.
Los técnicos hacemos creer esa dicotomía juego-jugador porque ansiamos protagonismo
absoluto, porque queremos perpetuar la idea de necesidad de un líder externo que conduce una organización.
Los entrenadores deberían pensar “en” los jugadores y no “por” los jugadores, porque no hay un juego que mostrarles sino que ellos exhibirán el juego posible y, con ello, el probable.
Evidentemente que condicionamos, ya que elegimos las relaciones y preparamos contextos con esas decisiones, pero no enseñamos a jugar a nadie. Ellos son juego, ellos contienen lo factible y lo creíble. Imaginable siempre que no se valore desde lo impuesto.
Ver jugar es ver el juego. El juego es materia viva, dinámica; mientras el fútbol argumentado por nosotros es material inerte, cerrado, empaquetado en cientos de creencias constreñidas por nuestro intelecto de naturaleza atomizada.
Decía Salvador Pániker que lo que más le interesaba era deshacerse del ego, porque así se le reaparecía lo trascendente.
El ego nos lleva a pensarnos como profesores del juego, educadores inadecuados, transmisores de algo que difícilmente podemos inyectar en sus cerebros sin que previamente hayamos extraído lo que en realidad son y tienen.
Hay grandes entrenadores, que se empeñan en que los jugadores sean más, rebasen restricciones mentales y enriquezcan su autonomía posibilitando organizaciones más versátiles y de mayor patrimonio conceptual. Pero la mayoría de nosotros, velamos porque nuestros equipos se ajusten a lo que creemos comprender.
Mientras unos limitan, otros, felizmente, reconocen ser limitados.
No quiero que ustedes ojeen estas líneas sospechando que son una reivindicación contra la figura del entrenador. Tan sólo fueron escritas con la intención de gritar a favor de aquellos técnicos que toman como punto de partida para su labor al jugador y sus atributos para concordarse y así rendir y hacer rendir.